La costumbre de tomar el fresco en las noches de calor en los pueblos andaluces es una práctica beneficiosa para la salud, que puede incluso aliviar la ansiedad o la depresión, según sostiene la psicóloga Mónica Dorado, que defiende la importancia social de un hábito de origen desconocido.
Una costumbre centrada especialmente en Andalucía, donde las temperaturas entre junio y septiembre permiten pasar la noche a las puertas de las viviendas, y en las que «el contacto que tienen los vecinos, la charla, los problemas que comparten y todo lo que viven juntos hace que psicológicamente hablando sea algo muy recomendable».
«En esas reuniones se cumple con la máxima de que una palabra de consuelo y cariño tiene más de efecto que cualquier pastilla», explica esta psicóloga de la localidad onubense de La Palma del Condado, donde se puede ver cada día como «la gente se organiza, saca sus sillas y vive la noche en la calle».
Pero, ¿de qué se habla en esas reuniones relativamente improvisadas? Los Martín Álvarez, familia de la localidad de Lepe, sacan sus sillas a la calle cada noche cuando se pone el sol, «y si hace una buena noche aguantamos hasta las dos de la madrugada aproximadamente, hablando de todo, de fútbol, de la crisis, de política, hasta de los cotilleos del pueblo».
Lo explica Javier Martín, que sí lamenta que este verano no está siendo especialmente caluroso «y hay noches en que hemos tenido que quedarnos en casa o salir menos tiempo, porque casi había que coger una bufanda para estar en la calle».
Solo en su reunión se juntan unas doce personas cada noche, «y cuando nos tomamos la cerveza o el aperitivo se charla, se sacan las cartas o hasta el ajedrez, y el mes pasado hasta sacamos la tele a la calle para ver los partidos del Mundial de fútbol al fresquito».
Mónica Dorado ha estudiado este fenómeno para concluir que «es algo que se puede analizar incluso desde el punto de vista antropológico, incluso sabiendo cómo somos en Andalucía es concreto, ya que necesitamos el contacto con la gente, y cuando llega el calor es algo que nos une, salir a las puertas a reunirnos con la gente, compartir los problemas, para que parezcan menos problemas, y también las alegrías».
Y es que es precisamente el clima uno de los factores que inciden en este asunto, ya que «en invierno, aunque parezca mentira, salimos más, paramos más en la calle porque hace menos calor, pero en verano eso se reserva para la noche, cuando los niños juegan en las calles y los hombres y las mujeres interactúan, una relación entre familias que no existe en otras zonas de España».
«Suponen incluso un punto de cotilleo que no se debe obviar, porque es algo que sirve para enterarnos de lo que pasa en el pueblo, ya que estas reuniones no se dan en la ciudad, por motivos de seguridad o de empatía entre los vecinos, que en los pueblos se sientan al fresco en sus puertas, que dejan abiertas, y eso en una ciudad es más complicado», señala Dorado.
Además de por el clima, la psicóloga entiende que todo «tiene que ver con el carácter que tenemos en Andalucía, con buscar la relación por encima de todo, ya que aquí necesitamos ver a las personas, compartir problemas, verlas y reírnos con ellas, y siempre es una buena terapia reunirte, y cuando hay un problema, ayuda a que la persona que recibe esa palabra de aliento tenga mejor ánimo».
«La soledad voluntaria no es mala, al contrario, porque todo el mundo necesita estar solo en algún momento, pero siempre necesitamos en algún momento estar en contacto con la gente, y esos ratos en que hablas con alguien son muy especiales, y muy importantes para el ser humano», señala.
Con todo, y sin saber su origen ni razones, esta experta aconseja a que, siempre que se pueda, se saquen las sillas a las puertas de las casas y se organicen las «noches al fresco», que en términos de coste-beneficio parecen un buen invento al sur de Despeñaperros. EFE (Fermín Cabanillas). Fotografía: Al-Salmorejo.